La autoproclamación de Isabel «La Católica» (1574)

Isabel se autoproclamó reina de Castilla el 13 de diciembre de 1474 por sus partidarios más cercanos y por la ciudad de Segovia.

Veamos primero los antecedentes que llevaron a esa autocoronación:

Existen contradicciones en los relatos acerca del acto de la coronación. Podemos hablar principalmente de dos fuentes: la del cronista Diego de Colmenares del siglo XVII (mezcla fuentes documentales coetáneas y noticias cronísticas posteriores), y la derivada del acta que levantó el escribano del concejo segoviano Pedro García de la Torre (será en la que nos basemos nosotros).

Un día después de la noticia acerca de la muerte de Enrique, Isabel activó el proceso de proclamación en la ciudad de Segovia. Envió una carta al concejo donde informó de la defunción del monarca y su deseo de ser reconocida como la nueva reina. Tras una ceremonia de información para comprobar que los hechos eran ciertos, el concejo de Segovia decidió proclamarla reina. Se levantó un cadalso de madera en el portal de la iglesia de San Miguel (donde Isabel aguardaba la decisión del concejo) y se dispuso todo para la ceremonia. Era importante que se celebraran los actos de juramento y homenaje, ya que eran formas legitimadoras.
La coronación comenzó tras un breve funeral en memoria de Enrique IV y el llanto público de todos los presentes. El consejero de Isabel dirigió un razonamiento a los presentes donde afirmó que el legítimo derecho para reinar Castilla y León residía en Isabel, y era deseo unánime que fuera recibida y obedecida como reina, señora natural y propietaria de dichos reinos. Tras ello, Isabel colocó su mano derecha sobre la cruz de un libro de Evangelios que había llevado para la ocasión y juró solemnemente mantener los derechos y privilegios del reino.

Tras ello, los presentes hincaron sus rodillas ante Isabel y le prestaron juramento. Se solicitó a la reina que jurase respetar los derechos, privilegios y propiedades de la ciudad de Segovia, por lo que Isabel realizó un segundo juramento. Estos actos instituyeron a Isabel en la dignidad de reina.
La ceremonia de proclamación no había finalizado, ya que era necesaria la realización de una serie de ritos. El primero consistió en la entrega de las varas de la justicia a la reina, que tras tomarlas en sus manos, las confió al justicia mayor de la ciudad para que las devolviera a sus poseedores originales. El segundo rito supuso la entrega de llaves de los alcázares y la fortaleza de Segovia tras una declaración de fidelidad y el homenaje correspondiente. Tras estos juramentos (que eran a su vez actos legitimadores) se procedió finalmente a la aclamación de Castilla, Castilla, Castilla por la muy alta e muy poderosa princesa reyna e señora, nuestra señora la reyna doña Ysabel (…).

Isabel fue aclamada como reina propietaria, relegando a Fernando a la categoría de rey consorte, asunto que traería problemas en el futuro. Para acabar con la ceremonia se alzó el pendón real, Isabel bajó del cadalso y se dirigió a la iglesia de San Miguel para rezar ante el altar mayor y ofrecer el pendón real a Dios. Este último acto fue una cuestión personal más que protocolaria.
La proclamación en Segovia no era suficiente ni le confería la dignidad de reina de Castilla, ya que era necesario el refrendo del resto de las ciudades y villas del reino. Los mismos ritos de proclamación debían producirse en el resto del territorio, pero Isabel estaba en plena guerra civil con su sobrina Juana “la Beltraneja” que se proclamaría reina unos meses después en otras ciudades de Castilla y León. El resultado del conflicto bélico acabará con la victoria armada de Isabel frente a Juana en 1479, en el mismo momento en que Fernando heredaba la Corona de Aragón tras la muerte de su padre.

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