La victoria de Mühlberg de Carlos V (1547)


La victoria del emperador Carlos V en Mühlberg (24 de abril de 1547) contra los príncipes luteranos supone uno de los hitos más destacados en su biografía. El emperador, hijo de Juana I de Castilla y del archiduque Felipe “el Hermoso”, había heredado de sus abuelos paternos y maternos una gran masa de dominios: las Coronas de Castilla y Aragón, los territorios americanos y norafricanos, el francondado, Países Bajos y los territorios patrimoniales de la casa de Austria. Su abuelo paterno, el emperador del Sacro Imperio, Maximiliano I falleció en 1519, lo que permitió a Carlos optar a la corona imperial. Hecha esta breve introducción, para entender la batalla de Mühlberg hay que remontarse a 1517 con la figura de Lutero y sus 95 tesis, que sentaron las bases de la doctrina luterana, una de las formas de entender el cristianismo para los protestantes. Uno de los principales objetivos políticos y religiosos de Carlos durante todo su reinado fue el restablecimiento de la unidad de la fe. Frente a él, los diferentes príncipes de los territorios del Imperio se dividieron entre aquellos que simpatizaban con la doctrina católica y los que se sentían más atraídos por el protestantismo. El enfrentamiento entre ambos se debió especialmente a dos motivos. En primer lugar, las causas religiosas. Como hemos dicho, Carlos ansiaba el restablecimiento de la unidad religiosa, llamada en latín “universitas christiana”. El segundo motivo era de índole política, la mayoría de príncipes del imperio adoptaron las ideas protestantes porque así podían incorporar las rentas eclesiásticas a sus dominios, restándole poder y autonomía política al emperador.

Carlos V intentó, en un primer momento, una vía más diplomática, buscando el diálogo con los príncipes y convocando diferentes dietas (asambleas) para llegar a un acuerdo que pusiera fin al conflicto. Uno de esos intentos fue el Concilio de Trento (1545-1563), pero este adquirió un tinte puramente católico y marcó definitivamente la ruptura entre católicos y protestantes. Tras este intento, Carlos V emprendió la vía de la fuerza para combatir el protestantismo (cada vez más extendido). Ya en 1531, los príncipes protestantes habían formado la Liga de la Esmalcalda cuyo objetivo era la defensa militar ante los ataques del emperador. Inicialmente estaba formada por 6 príncipes (entre ellos el elector de Sajonia, que se convirtió en el enemigo de Carlos) y 12 ciudades libres. A ellos, se sumó el rey de Francia Francisco I (aunque era católico, los apoyó porque era también enemigo de Carlos V). La rivalidad existente entre Francisco y Carlos por los territorios italianos, llevó a que el monarca francés viera una oportunidad de “entretener” a Carlos con la liga Esmalcalda y así obtener una ventaja en Italia. 10 años después de su creación, la liga dobló el número de aliados y la amenaza era cada vez mayor para el emperador. Es entonces, cuando en 1547 se produce la batalla de Mühlberg, lo que supuso el triunfo de las tropas del emperador y la captura (entre otros) del elector de Sajonia. Además, era un momento de debilidad para la liga protestante, porque habían dejado de contar con el apoyo francés. Los líderes protestantes, pese a la victoria imperial, no cesaron en sus reivindicaciones. Carlos publicó el “interim de Augsburgo” buscando una nueva vía de diálogo entre ambos bandos, sin éxito. El emperador sufrió un duro revés en 1552, tras perder la batalla de Innsbruck. Ello supuso el final del enfrentamiento religioso y la derrota del emperador. Así, en 1555 se firmó la Paz de Augsburgo, donde se reconoció el luteranismo (dejando fuera a otras ramas del protestantismo, como el calvinismo). Este fue un tratado de paz donde se estableció una solución a las diferencias religiosas con la máxima conocida como “cuius regio cuius religio”, es decir: «a cada príncipe su religión» (que el jefe político de cada principado, condado, ducado… del Sacro Imperio eligiese la religión de sus súbditos). Ello significó la ruptura definitiva entre las distintas interpretaciones del cristianismo occidental y uno de los mayores fracasos de Carlos V. Europa quedaba dividida en dos bloques confesionales (o más, teniendo en cuenta que dentro del protestantismo había diversas variantes) y no habría vuelta atrás. El fracaso de Innsbruck, pese a la euforia de Mülhberg, supuso un duro revés en la vida del emperador, que acabaría abdicando un año después de sus posesiones de Castilla, Aragón, Flandes y territorios americanos y norafricanos en manos de su hijo Felipe; y en 1557 dejaría el Imperio a su hermano Fernando.

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