El matrimonio de Carlos V con Isabel de Portugal (1526)

Como la mayoría de matrimonios en la Edad Moderna, el del emperador Carlos V con Isabel de Portugal en 1526 fue fruto de un plan meditado que combinó intereses económicos y políticos.

Carlos era hijo de Felipe el Hermoso y Juana I de Castilla, rey de Castilla y Aragón, además de emperador del Sacro Imperio desde 1519. Isabel, por su parte, era hija de María de Aragón y del rey de Portugal, Manuel I “el Afortunado”. Ambos eran primos (dado que sus madres eran hermanas) y, por tanto, nietos de los Reyes Católicos.

Desde su nacimiento Carlos estuvo comprometido con otras princesas europeas como Claudia de Francia (hija del rey Luis XII), María de Inglaterra (hija de Enrique VII) o María Tudor (hija de Enrique VIII y su tía Catalina de Aragón), entre otras. En las Cortes de Toledo de 1525 se instó al rey a contraer matrimonio y se propuso como candidata a Isabel de Portugal: “es una de las excelentes personas que hoy hay en la cristiandad”.
Las capitulaciones matrimoniales se firmaron el 17 de octubre de 1525, tras largos años de negociaciones. En ellas destacan: la necesidad de bula papal (por ser primos), el establecimiento de la dote de Isabel en 900.000 doblas de oro castellanas. Recordad que la dote era la cantidad monetaria que la familia de la mujer aportaba al matrimonio, perteneciendo al patrimonio de la mujer (dependiendo del lugar podía gestionarla el marido) y en caso de muerte del marido era recuperada por la mujer. En el caso de Isabel, se descontaron algunas cantidades por negocios previos al matrimonio (la dote de Catalina, hermana de Carlos, al casarse con el rey Juan III de Portugal, el préstamo del rey Manuel durante el conflicto de las comunidades castellanas…), o la fijación de las arras. Recordad que las arras era la cantidad aportada por el marido, siempre inferior a la aportada por la esposa. En el caso de Carlos aportó 300.000 doblas y otras 40.000 de rentas de ciudades y villas. Se añadió, a posteriori, el descuento en la dote de las joyas tasadas que Isabel portara a Castilla, al considerar que pertenecían a su madre la reina María.
La celebración del matrimonio religioso en la época implicaba 2 actos: el desposorio (en persona o por poderes) y las velaciones matrimoniales. Podían ser actos sucesivos, pero en este caso se dilataron en el tiempo. Tras el matrimonio por poderes en Portugal y la llegada de la dispensa papal, Isabel junto a su séquito puso rumbo hacia Castilla a principios de 1526. Carlos retrasó el encuentro debido a los acontecimientos con Francia (Carlos negociaba en esos momentos la liberación de Francisco I, hecho prisionero en Madrid tras la victoria de Pavía. Es más, el rey francés saldría de Castilla en febrero de ese año dejando como rehenes a dos sus hijos mayores). Por su parte, Isabel era recibida con gran entusiasmo por las villas y ciudades por las que pasaba mientras se dirigía a Sevilla, donde finalmente los esposos se reunieron. Isabel hizo su entrada el 3 de marzo en la ciudad, encontrándola ricamente decorada con una serie de arcos de triunfo que representaban las virtudes de la prudencia, la fortaleza, la clemencia, la paz, la justicia y la gloria. Los arcos de triunfo formaban parte del aparato iconográfico que solía acompañar a los monarcas en sus entradas reales, coronaciones o bodas, resaltando así las virtudes reales de forma sencilla y eficaz ante sus súbditos.

Isabel iba ricamente vestida, de terciopelo blanco y ricas alhajas cuando bajó de su litera y subió al caballo para realizar su entrada en la ciudad. Hizo el tradicional besamanos con los sevillanos allí congregados y, tras actos en la catedral sevillana, puso rumbo al alcázar en el que esperaría la llegada de Carlos el 10 de marzo. Este, apareció vestido de sayón de terciopelo con tiras de brocado. Tras las protocolarias ceremonias ante las autoridades locales (en la que juró los privilegios de la ciudad), y ante la Iglesia, se dirigió a ver a su esposa. Según el cronista Fernández de Oviedo: “Carlos V entró en el alcázar era ya dos horas de la noche (…). Y cuando llegó al aposento de la Emperatriz e se vieron, la Emperatriz se hincó de rodillas y porfió mucho por le besar la mano.” Carlos la levantó, la besó y se sentaron sobre la cama para dialogar. Tras ello, se retiraron a sus cámaras a cambiarse los ropajes. La boda “oficial” se celebró en el propio alcázar esa misma noche ante la premura de Carlos. Fueron padrinos el duque de Calabria y la condesa de Haro, y estuvieron presentes algunos nobles. Al ser sábado de Pasión no se podían celebrar las tradicionales velaciones antes de la consumación del matrimonio. Carlos insistió en cumplir con ese requisito católico y, finalmente, el arzobispo de Toledo celebró misa y permitió las velaciones y la consumación. Según los cronistas todo tuvo un carácter de improvisación. Las celebraciones por la boda se retrasaron hasta abril por la muerte de la hermana de Carlos, Isabel, con juegos de cañas, justas, bailes, corridas de toros… incluso se celebró un fastuoso banquete en el alcázar de Sevilla. Tras ello, los nuevos esposos se dirigieron a Granada, en la que permanecieron unos meses antes de regresar a Valladolid.

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