La guerra en la Edad Media

1. GUERRA Y BATALLA CAMPAL EN LA EDAD MEDIA

Tradicionalmente se ha analizado la guerra medieval poniendo énfasis en las grandes batallas, como elementos fundamentales de cualquier conflicto, ignorando los demás tipos de operaciones. Ello suponía una simplificación del conjunto de elementos militares y una distorsión general de la guerra en este periodo. Más recientemente, se ha mostrado la rareza y excepcionalidad de las batallas campales en la Edad Media, señalando un gran abanico de operaciones mucho más frecuentes y habituales: cabalgadas, algaras, campañas de hostigamiento y destrucción del rival y asedios. Por ello, las batallas ocupaban un segundo o tercer plano en cuanto a su relevancia en la vida militar de la época. Podía transcurrir un amplio número de años sin que hubiese enfrentamientos de amplia envergadura durante un conflicto bélico, en el que sí podían producirse asedios o escaramuzas. Ello implica que muchas veces la relevancia de las batallas en campo abierto y el alcance de sus consecuencias se han sobredimensionado, ya que no fueron tan trascendentes en el devenir histórico de una época, sin negar que algunos choques sí que produjeron amplios cambios políticos, sociales, económicos o culturales para una población. Pero, como decimos, esto era algo excepcional.
En la Edad Media, la mayoría de pugnas se producían por el control de torres, castillos o recintos fortificados a partir de los cuales controlar el territorio. En estos, normalmente los atacantes utilizaban su superioridad numérica para tratar de forzar la rendición del rival, utilizando el asedio y el bloqueo en el tráfico o la producción de recursos alimentarios como arma. Estos procesos podían ir acompañados de escaramuzas, algaras o cabalgadas de depredación sobre el rival. Estamos fundamentalmente ante una guerra de posiciones y de desgaste, en la cual era trascendental el control de castillos o puntos fuertes. Muchas veces, las batallas eran accidentales, fruto del despliegue de ambas fuerzas en el contexto de un asedio o escaramuza.

Representación de la batalla de las Navas de Tolosa (1212), por Van Halen (1864)

El primer caso tenía lugar cuando los sitiados carecían de alimentos, cundía la desesperación en sus filas o se conocía alguna desventaja de los atacantes, por lo que los defensores abandonaban el cobijo de la fortaleza para plantear batalla, ante la sorpresa de los sitiadores. También podía ocurrir que otra fuerza aliada auxiliase a los asediados, lo que solía provocar la retirada de los asediadores, aunque en algunos casos dio lugar a batallas campales. Por su parte, las algaras o cabalgadas de saqueo, solían dar lugar a pequeños choques armados. Además, cuando se tenía constancia de una invasión o de la llegada de un ejército que incursionaba para conquistar o saquear, y se tenía tiempo para formar un ejército amplio que atajase el impacto de este proceso, se podía recurrir al enfrentamiento campal, cuando se consideraba que la victoria tendría efectos muy positivos sobre el reino. En cualquier caso, la batalla no solía ser buscada por ambas partes (aunque sí que ambas podían llegar a aceptar el desafío llegado el momento con el fin de defender un territorio o poder conquistarlo) y tenía un carácter excepcional. La batalla era un medio, no un fin en sí mismo. Eso sí, precisamente su excepcionalidad facilitó que muchas de ellas fuesen sobredimensionadas por los autores medievales (tanto cronistas como juglares o poetas, que les otorgaban un carácter trágico y épico), así como por los historiadores posteriores, hasta finales del siglo XX.

Crack de los caballeros, fortaleza hospitalaria en la actual Siria

Por lo tanto, ¿qué importancia crees que tuvieron las batallas en la época medieval? ¿crees que debería otorgarse tanta importancia a acontecimientos tan concretos?

BIBLIOGRAFÍA:
-GARCÍA FITZ, Francisco, “La batalla en la Edad Media. Algunas reflexiones”, Revista de Historia Militar 100, 2006, pp. 93-108.
IMAGEN: Recreación de la batalla de las Navas de Tolosa por Francisco de Paula Van Halen y Gil (s. XIX).

2. LOS CONCEPTOS DE CRUZADA Y YIHAD

En la Edad Media la religión constituía un vínculo fuerte entre la población, que podía determinar la declaración de la guerra hacia colectivos considerados como un «enemigo externo» al grupo de correligionarios. Esto no implica que estos ideales se rompiesen, ya que las guerras entre los propios cristianos o musulmanes fueron continuas a lo largo de todo el periodo medieval.

Asedio de Antioquía (Primera Cruzada) en Les Passages d’Outremer de Sébastien Mamerot

A pesar de todo, la búsqueda de un enemigo externo se materializó en conceptos como el de cruzada. Esta tomaba como referencia ideas como la «paz de Dios» (inmunidad para guerrear frente a los no soldados, como mercaderes, artesanos, clérigos, mujeres, niños… durante algunas épocas del año o periodos de la semana), el surgimiento de la figura del caballero, sustentada ideológicamente por la propia iglesia, que los consideraba «milites Christi» o soldados de Cristo (además, estaban surgiendo rituales para respaldar la existencia de este grupo y su relación con la nobleza y una serie de valores concretos, como el honor, la lealtad, la defensa de los que no podían protegerse por sí mismos…), la peregrinación a los Santos Lugares y la recuperación de territorios conquistados por los musulmanes al Imperio romano, cuyo heredero era considerado el papa. Por ello, la cruzada, en cualquiera de sus vertientes, era considerada justa, porque suponía la recuperación de un territorio cristiano o la expansión de esta fe y el proselitismo (ya que el catolicismo tenía una ambición de universalidad y de extensión de su mensaje que, aunque se produjese violentamente por las armas, se consideraba positiva. Era una guerra santa, legitimada por Dios y reforzada por la indulgencia y la consideración de su representante en la tierra, el papa de Roma. El empleo de la violencia se sustentaba en la ilegitimidad que se atribuía a los poderes conquistados de otras religiones o incluso frente a herejes cristianos (como los cátaros).

Escudos de algunas de las principales órdenes militares

Además, la extensión del cristianismo se consideraba como una difusión material de la paz, por lo que el enfrentamiento se consideraba «un mal menor» para la pacificación, que llegaría con la extensión del cristianismo. Así, religión y política se imbricaban de forma sustancial en esta época, necesitando el poder de una sustentación ideológica superior, cuya ausencia podía dar lugar a la declaración de guerras.

Por su parte, la «yihad» no era un sinónimo de cruzada cristiana, pese a lo que podamos pensar. La palabra hace referencia a cualquier esfuerzo de la comunidad de fieles (o «umma») en favor de Alá. Se refiere al deber colectivo de extender el islam entre los infieles. Esta expansión podía tener lugar mediante la violencia, por lo que una de sus acepciones podía acercarse a la idea de cruzada. Nuevamente, en las potencias musulmanas había imbricación entre religión y política y la guerra podía tener un claro fundamento espiritual, basado en versículos del Corán y en las nociones de los sabios, jueces y expertos en derecho islámico. Eso sí, el islam protegía a los conquistados de ciertas religiones como el cristianismo, judaísmo y mazdeísmo, por compartir algunos preceptos de su religión. Estos, una vez conquistados, serían considerados «dimmíes» o protegidos, y serían sujetos a una fiscalidad complementaria que deberían pagar para garantizar su protección, religión y costumbres. A pesar de todo, no todas las entidades políticas musulmanas ofrecieron a los conquistados cristianos las mismas condiciones de respeto y hubo excepciones a esta norma. A su vez, los musulmanes y judíos en territorios cristianos muchas veces también fueron protegidos, aunque fue muy frecuente la ruptura de los pactos por parte de los conquistadores cristianos, su esclavización, los intentos de conversión (ya sea pacífica o forzosa, como en la península ibérica tras la primera revuelta de las Alpujarras o la revuelta de las Germanías) y, en definitiva, su asimilación al grupo dominante

BIBLIOGRAFÍA:
-LADERO QUESADA, Miguel Ángel, «Paz en la Guerra: procedimientos medievales», Guerra y paz en la Edad Media (Arranz, A.; Rábade, M. del P.; Villarroel, O., coords.), Madrid: Sílex Ediciones, 2013, pp. 15-40.
-PÉREZ DE TUDELA VELASCO, Maria Isabel, «El cristianismo hispano de la Alta Edad Media en la disyuntiva entre una paz pactada y una paz conquistada», Guerra y paz en la Edad Media (Arranz, A.; Rábade, M. del P.; Villarroel, O., coords.), Madrid: Sílex Ediciones, 2013, pp. 41-53.

3. LA IDEA DE GUERRA SANTA EN LA EDAD MEDIA

Jerusalén

Si bien el concepto de guerra santa pudo ser variable, algo difuso y difícil de definir, el término de guerra santa, del que surge el de Cruzada, se refiere a las ideas, actividades y ritos que servían a los cristianos para justificar en la Edad Media (y también en la Moderna) una guerra desde el punto de vista religioso. El cristianismo pasó de condenar expresamente la violencia (algo que defendía en los primeros tres siglos de su existencia) a justificar determinados actos belicosos. La Iglesia no solo aceptó la guerra como un “mal menor”, sino que acabó justificándola y dirigiéndola siempre que se llevase a cabo bajo su inspiración. Desde el siglo IV (cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio) hasta el XI (cuando a finales de la centuria se decretó la primera cruzada para recuperar los Lugares Santos), se construyeron diversos discursos para legitimarla. Además, se crearon rituales e imágenes para sostener estas teorías, con el fin de sacralizar la guerra. Concretamente, esta justificación incluía la legitimación de la participación de las entidades políticas cristianas en conflictos con la bendición de la Iglesia, el desarrollo de una liturgia para invocar a la divinidad en caso de batalla o para celebrar las victorias, la consideración de Dios como juez y jefe de los ejércitos en caso de enfrentamiento, la participación directa del alto clero (sobre todo obispos y arzobispos) en los enfrentamientos, la identificación entre Imperio y cristianismo (ya fuese El Imperio romano, el carolingio o el Sacro Imperio Romano Germánico), de forma que el emperador dirigía terrenalmente a la cristiandad y el papa de Roma la parte espiritual, la consideración de la guerra como un elemento de purificación y la muerte un sacrificio en pro de la salvación eterna, la extensión de los valores de la caballería desde el siglo XI, la identificación de los enemigos con el mal o con el Diablo.

Murallas de Jerusalén

Cuando en la época se llevaba a cabo una relación entre estos aspectos y lo militar, estableciendo una unión entre la guerra y la religión, se estaba haciendo empleo del concepto de “guerra santa”, frente a otras religiones o herejías de la propia fe. La santificación de la guerra llevaría desde finales del siglo XI a la organización de cruzadas, una de las derivaciones de este concepto. Además, sería esgrimida por los reinos cristianos peninsulares para organizar sus propias empresas frente al islam peninsular y para asentar las conquistas realizadas. También sería empleada por los individuos de lengua y cultura germánica al expandirse hacia el este de Europa sobre los pueblos eslavos (proceso conocido como “Drang Nach Osten”). Asimismo, podía fundamentar un conflicto contra individuos considerados herejes, como los cátaros a principios del siglo XIII.

Por lo tanto… ¿consideras que estaba justificado el hecho de declarar una guerra solo por motivos religiosos frente a otras creencias o herejías? ¿Piensas que había otras causas que estaban encubiertas por la sacralización de la guerra? Si te ha gustado el post, no olvides guardarlo, compartirlo, comentar y dar “me gusta”, que nos ayuda mucho.

BIBLIOGRAFÍA:
-García Fitz, Francisco, “La Reconquista: un estado de la cuestión”, Clio & Crimen 6, 2009, pp. 142-215.

4. LA IDEA DE «GUERRA JUSTA» EN LA EDAD MEDIA

En este fragmento analizaremos bajo qué preceptos tendía a considerarse un conflicto armado como una causa justa durante el periodo medieval. Algunos de los mismos ya se hallan enunciados por San Agustín hacia el año 415 (en De Civitate Dei). Este autor señalaba que la entidad política podía declarar la guerra en legítima defensa, recuperar o restablecer un estado de justicia, restituir tierras o bienes perdidos o castigar acciones consideradas malvadas. La guerra debía ser convocada por la autoridad legal y no tener afán de venganza, codicia o pillaje. En ese sentido, solían ser consideradas justas las guerras defensivas o de restitución situaciones políticas, legales o de orden previas.

En la Edad Media surgieron una serie de ideas que ahondaron las posibilidades de considerar la guerra como “justa”. Por ejemplo, san Bernardo en el siglo XII mencionaba que era posible que el poder político emplease la violencia contra la violencia ilegítima, con el fin de asegurar la paz. Desde el punto de vista cristiano, cualquier poder político de otras religiones era susceptible de no ser considerado como legítimo, como analizamos en la publicación del 13 de agosto sobre la idea de “cruzada”. En general, la difusión del cristianismo se consideraba que contribuía a la pacificación global. En contraposición, la declaración de guerra contra una autoridad cristiana era más problemática. La excomunión o autorización papal al conflicto podía sostener los enfrentamientos entre cristianos, aunque muchas veces estos se produjeron a pesar de la ausencia de estos elementos.
En cualquier caso, una guerra era considerada justa si contribuía al “bien común” del poder político, como mencionaba santo Tomás de Aquino siguiendo a Aristóteles. En ese sentido, cualquier invasión que garantizase el bien común era considerada legítima, como teorizaba el rey Juan I de Castilla al invadir Portugal en el siglo XIV, defendiendo los derechos de su mujer, Beatriz de Portugal.

Batalla de Nájera en la guerra de los dos Pedros, por Jean Froissart (s. XIV).

Además, importaba mucho la intención con la que se emprendía la guerra. Si el conflicto podía suponer más perjuicios que beneficios, no era considerado “justo”. Según las Siete Partidas, código legal castellano promulgado por Alfonso X en el siglo XIII, la guerra justa era aquella que se hacía por derecho: “como derechura, y esta es cuando hombre la hace por cobrar lo suyo de sus enemigos o por ampararse a sí mismo y a sus cosas de ellos”. La guerra injusta, en contraposición, se hacía “con soberbia y sin derecho”. En ese sentido, la legalidad y la alegación de derechos sucesorios o dinásticos, jugaban un relevante papel. Por supuesto, todas estas causas estaban sujetas a la propaganda del poder político, que podía presentar como justas algunas causas que no serían percibidas como tal por todos los intelectuales. Siempre podía haber discrepancias y la creación de discursos ayudaba a la consideración de la guerra de una forma u otra.

Por otra parte, los conflictos entre facciones nobiliarias o las guerras civiles se justificaban como choques por la restitución del orden, la legitimidad de un candidato al trono, la defensa de la legalidad o el bien común. Ello lo podemos apreciar en el enfrentamiento entre Juana “la Beltraneja” e Isabel por el trono castellano a finales del siglo XV. La primera afirmaba el respeto de los fueros y sus derechos al trono y la segunda mencionaba la restitución del orden y la defensa frente a una potencia extranjera (el reino de Portugal, por el matrimonio de Juana con Alfonso V, monarca portugués).

A pesar de todo, la recuperación del derecho romano en el siglo XIII por los monarcas feudales restableció en buena medida sus capacidades para tener el control sobre la guerra y la justicia en última instancia, si bien estas no se consolidaron hasta finales de la Edad Media. Además, existía el derecho de resistencia si el poder político se excedía con la violencia o era ilegítimo y se mantenía mediante su empleo. Sobre ello teorizó Juan de Salisbury en el siglo XII, al hablar del rechazo al príncipe ilegítimo e incluso la posibilidad de su asesinato. Por otro lado, la ausencia de poder político podía dar lugar a la auto-gobernación de la sociedad. Ello dio lugar a la formación de hermandades en Castilla o somatenes en Cataluña.

BIBLIOGRAFÍA:
-ASENJO GONZÁLEZ, María, “Preparar la paz y prevenir la guerra en las ciudades medievales”, Guerra y paz en la Edad Media (Arranz, A.; Rábade, M. del P.; Villarroel, O., coords.), Madrid: Sílex Ediciones, 2013, pp. 15-40.
-LADERO QUESADA, Miguel Ángel, «Paz en la Guerra: procedimientos medievales», Guerra y paz en la Edad Media (Arranz, A.; Rábade, M. del P.; Villarroel, O., coords.), Madrid: Sílex Ediciones, 2013, pp. 15-40.
-PÉREZ DE TUDELA VELASCO, Maria Isabel, «El cristianismo hispano de la Alta Edad Media en la disyuntiva entre una paz pactada y una paz conquistada», Guerra y paz en la Edad Media (Arranz, A.; Rábade, M. del P.; Villarroel, O., coords.), Madrid: Sílex Ediciones, 2013, pp. 41-53.

5. LA YIHAD ALMOHADE

En esta publicación analizaremos el concepto de “yihad” defendido por los almohades, dinastía bereber que se hizo con el control del norte de África a partir del año 1121 y que también se expandió por buena parte de la península ibérica desde el 1147, fundamentalmente. Lo haremos a partir de la obra de Ibn Tûmart (fundador considerado mahdi o “enviado por Allah”) y Abd-al-Mu’min (su hijo, primer califa almohade), el A’azzu ma yutlab (Lo más precioso de lo que se pide). Es una recopilación de discursos del primer personaje aludido, reunidos y alterados por su hijo. En esta obra se concibe la “yihad” o “esfuerzo por difusión del islam” como una lucha susceptible de desatar una guerra. Concretamente, la misma se dirigiría hacia los “renegados”, aquellos que por desviarse del canon islámico dejaron de ser considerados musulmanes. Estos eran descritos como “antropomorfitas” (es decir, otorgaban a Dios una forma humana) y eran identificados, fundamentalmente, con los almorávides, dinastía que controlaba el norte de África y al-Ándalus en estos momentos.

Mezquita y torre koutubia de Marrakech, construida por los almohades

En ese sentido, los almorávides y sus seguidores fueron descritos como vanidosos, renegados de la fe o mercenarios que se vendían al mejor postor. Eran descritos como “infieles”, hipócritas y corruptos. Además, eran equiparados a los cristianos o judíos. Por ello, los almohades animaban a la población a boicotearles y desobedecer sus órdenes y su autoridad. Así, justifican también la necesidad de declararles la guerra para restablecer el honor del islam. De hecho, Ibn Tûmart señalaba que los almohades combatían en pro del islam, para restaurar su verdad y su esencia. Además, se identificaba con el grupo de musulmanes que según la tradición llevarían a cabo esa labor durante el fin de los tiempos, para derrotar al Anticristo. El combate finalizaría con la llegada del profeta Jesús (el mismo que era considerado por los cristianos como Dios y parte de la Trinidad divina, compuesta por el padre, el hijo y el espíritu santo) y la implantación de un estado eterno basado en la sarî’a o ley islámica, que gobernaría toda la tierra.

Giralda de Sevilla, torre almohade

Así, comenzaron una guerra santa que llevó a los almohades a controlar el norte de África en unos treinta años y al-Ándalus en un periodo menor (1157-1172). La base era la yihad, que dirigieron hacia los almorávides, a los que consideraron infieles antropomorfitas. Además, descalificaron su concepción particular del poder, que prohibía la rebelión contra todo poder musulmán. A partir de la década de 1150 y 1160 la yihad pasó a orientarse hacia los enemigos cristianos, tanto los reinos de la península ibérica como el reino normando de Sicilia, que había tomado la ciudad de al-Mahdiya (en el norte de África), la cual fue recuperada en 1160. Así se justificaron estas luchas por el poder y la expansión de una dinastía como la almohade, que perduró hasta el siglo XIII y cuya primera gran derrota frente al cristianismo se produjo en la Batalla de las Navas de Tolosa (1212), casi cien años después de su ascenso.

BIBLIOGRAFÍA:
-SOULAMI, Jaafar Ben Elhaj, “Los almohades, la guerra y la paz: entre la teoría religiosa, la idelogía y la práctica histórica (1121-1263), Guerra y paz en la Edad Media (Arranz, A.; Rábade, M. del P.; Villarroel, O., coords.), Madrid: Sílex Ediciones, 2013, pp. 15-40.

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