EL SIGLO XVI PENINSULAR

El siglo XVI peninsular se caracterizó por la formación de lo que conocemos como Monarquía Hispánica, reforzando el poder real por encima de la nobleza y otros grupos de poder. Isabel de Castilla y Fernando de Aragón tras su matrimonio en 1469, unieron dinástica pero no política ni territorialmente sus coronas. Así, tras la muerte de Isabel en 1504 y de Fernando en 1516 (quién incorporó Navarra a la corona castellana), los territorios pasaron a su hija y heredera, Juana I de Castilla.

Juana I de Castilla

Sin embargo, las estrategias políticas de su marido, Felipe “el Hermoso” (fallecido en 1506), su padre, Fernando y su hijo, Carlos V, la declararon incapaz para gobernar. La reina titular permaneció recluida en Tordesillas, y el poder fue asumido por su hijo, gobernando en su nombre y en el de su madre. Ello significó la instauración de una nueva dinastía: los Austrias de los Habsburgo.

Carlos I en 1516, retratado por Bernard van Orley.

Carlos obtuvo grandes posesiones de sus abuelos. Por parte de madre obtuvo las coronas de Castilla y de Aragón, junto a los territorios americanos y la zona del norte de África, mientras que de sus abuelos paternos heredó el Franco Condado, los Países Bajos y la zona imperial de los Austrias. Un vasto conjunto de territorios que no fueron fáciles de gobernar y que requirieron una nueva organización regia para continuar con su dominio sobre otros entes, como la nobleza o la iglesia. A nivel peninsular, los inicios de Carlos no fueron fáciles. A inicios de la década de 1520 tuvo que hacer frente a dos levantamientos casi paralelos: las Comunidades en Castilla y las Germanías en Valencia, (aunque tuvieron eco en Mallorca).

Su condición de extranjero (había nacido en Gante), su desconocimiento del castellano, la petición de subsidios en Cortes para financiar su campaña como emperador del Sacro Imperio y la llegada de nobles flamencos, a los que dotó de mercedes, privilegios y cargos políticos, fueron algunas de las causas por las que se produjo la primera revuelta en la corona castellana: la guerra de las Comunidades.

En origen se trataba de levantamientos de las clases medio altas de Toledo, Segovia, Zamora… que acabaron adquiriendo una dimensión mayor de la mano de los comuneros Juan de Padilla, Juan Bravo y Pedro Maldonado. Estos intentaron atraer a la reina Juana a su causa, quien escuchó las peticiones comuneras (entre las cuales la reconocían como la reina propietaria y legítima), pero acabó velando por los intereses dinásticos de su hijo.
Mientras que los comuneros exigían medidas políticas, como la bajada de la presión fiscal, el nombramiento de cargos oficiales en castellanos, la prohibición de exportar dinero y un regente castellano, en Valencia estaban produciéndose las Germanías con reivindicaciones más sociales (aunque los intereses políticos acabaron aflorando a medida que se desarrolló el conflicto). Mientras que en Castilla fueron las principales ciudades laneras las que tomaron las riendas de las Comunidades, a las que después se añadió la nobleza (la cual acabó pasándose al bando imperial), en las Germanías el movimiento tuvo un alcance más localizado en Valencia. Los agermanados, en su mayoría gremios, exigieron medidas proteccionistas, como la reducción de impuestos y de censales (especie de préstamo a perpetuidad que generaba intereses) y la participación en el gobierno municipal de la ciudad. La crisis de subsistencia, la peste y los ataques berberiscos a la costa, junto al éxodo rural de las élites para evitar la epidemia, provocaron un vacío de poder en la ciudad que fue asumido por los agermanados, en la Junta de los 13. La nobleza, ante el aumento de poder de los agermanados, se opusieron a su legalización. El rey utilizó la posición de ambas partes para ganar tiempo y solucionar el problema. El conflicto adquirió un tono más bélico y acabó con la derrota en 1521 de los ejércitos agermanados del norte (Oropesa) y del sur (Orihuela). Unos meses antes, el 23 de abril de 1521 en la batalla de Villalar, los comuneros fueron derrotados por el ejército real. La victoria en ambas sublevaciones supuso un refuerzo de la autoridad regia. Carlos tomó represalias en ambos conflictos, pero acabó firmando perdones reales, en un intento de propaganda para mostrarse como un rey clemente y justo.

Ejecución de los comuneros de Castilla, de Antonio Gisbert (1860)

Pese a que Carlos fue, siguiendo la estela de los reyes medievales, un rey guerrero, no acudió a ninguna de estas batallas en la península. Pero sí lo hizo en otras del imperio, como Mühlberg (1547). Fue el último monarca hispánico en participar directamente. Ello provocaba la ausencia del rey de sus territorios, en especial, los hispánicos, por lo que dejó como regentes a Adriano de Utrecht (1520), su esposa la emperatriz Isabel de Portugal (1529-33, 1535-36 y 1537-38) o su hijo Felipe (futuro Felipe II) en múltiples ocasiones. Esta decisión requería crear un sistema administrativo y burocrático eficaz, que le permitiera conocer los problemas de sus reinos, sin vulnerar las legislaciones e instituciones regnícolas. Creó, organizó y reformó los diferentes consejos para establecer una relación más directa: a los ya existentes como el de la Inquisición, el de Cruzada o el de Órdenes, añadió los consejos de Estado (política general y exterior) y de Hacienda (finanzas). A nivel territorial se reformaron los consejos de Castilla, Aragón y Navarra, desgajando de ellos los de Indias e Italia. Es en este momento cuando la figura de los virreyes adquiere protagonismo en cada uno de los territorios.
En 1548, el rey decide preparar a su hijo en los entresijos del poder. Orquestó el matrimonio del futuro Felipe II (ya viudo desde 1545) con la reina de Inglaterra, María Tudor (hija de Catalina de Aragón y Enrique VIII) en 1554. Carlos quería dejarle a su hijo tres áreas de gobierno: la monarquía hispánica e Italia, Países Bajos e Inglaterra (este último como rey consorte). Así, en 1555 renunció en favor de su hijo ante los Estados Generales de Bruselas y un año después abdicó de sus dominios españoles y del Imperio. Este último quedó en manos de su hermano Fernando. Carlos se retiró al monasterio de Yuste hasta su fallecimiento en 1558. Por su parte, la reina Juana, quien continuaba recluida en Tordesillas, falleció en 1555 sin haber ejercido como reina propietaria durante el reinado de su hijo.

La llegada al trono de Felipe supuso un cambio en la política de la monarquía hispánica con un proceso lento y progresivo de burocratización de los aparatos de poder.

Felipe II por Sofonisba Anguissola

Tras la renuncia de Carlos I a sus territorios: Países Bajos en 1555 y a sus dominios hispánicos y al imperio en 1556, el monarca se retiró a Yuste hasta su muerte el 21 de septiembre de 1558. Un año después, Felipe II regresó a la península desde Países Bajos como rey y no volvió a salir hasta su muerte en 1598. Entre los logros administrativos de su reinado destaca la continuación del sistema polisinodial (instalado en época de sus abuelos, los Reyes Católicos), en la que el gobierno estaba basado en múltiples consejos que asesoraban al rey. Además, incorporó Portugal a la monarquía (logrando la unificación territorial de la península bajo el mismo poder, aunque manteniendo la diferenciación entre los diversos reinos) y creó dos nuevos consejos: Portugal (1581-82) y Flandes (1588). Es conocido como el “rey secretario” o el “rey de los papeles”, ya que todos los asuntos pasaban por su mesa y los despachaba personalmente. ¿Cuál era el inconveniente de este sistema? La lentitud del proceso. La maquinaria burocrática era lenta, retrasando la toma de decisiones.

Otra medida significativa fue la instalación definitiva de la corte itinerante en Madrid en 1561 (aunque su hijo Felipe III la trasladó brevemente a Valladolid en el siglo XVII). La elección de la villa madrileña tuvo como finalidad la búsqueda del epicentro geográfico de todos los reinos de la península. Pero, esta decisión suponía el alejamiento del rey de sus diferentes súbditos, por lo que las figuras de los virreyes (Valencia, Aragón, Cataluña, Navarra…) permitían sustituir temporalmente esta ausencia. También se produjo un proceso de “castellanización”, en la que la política castellana prevaleció por encima de otras (aunque debemos tener en cuenta que cada territorio tenía su propia legislación).

En la medida de lo posible, el monarca buscó alejar a las grandes facciones nobiliarias de los ámbitos de gobierno, sin mucho éxito, para introducir miembros de las capas sociales medias que habían pasado por la universidad. Eso le permitía aumentar la fidelidad de sus consejeros, ya que dependían directamente del monarca. Además, pese a la intención del rey por disminuir las luchas cortesanas, en realidad su reinado se caracterizó por el enfrentamiento entre las redes clientelares del Príncipe de Éboli y el duque de Alba. Ambos buscaron la cercanía e influencia sobre el rey, lo que les permitía obtener puestos más elevados y mercedes.

Por otro lado, los dos principales conflictos a los que tuvo que hacer frente en la península fueron la segunda revuelta de las Alpujarras (1568-1570) y las alteraciones de Aragón (1591-1592).

Tras la primera revuelta de las Alpujarras (1499), los Reyes Católicos decretaron la conversión al cristianismo de todos los musulmanes, siendo denominados moriscos a partir de 1501. Sin embargo, continuaron existiendo dudas de que las conversiones habían sido verdaderas entre sus contemporáneos. En 1525, en el contexto de las Germanías, Carlos I decidió ordenar el bautizo forzoso de los moriscos de la Corona de Aragón (que suponían un grueso importante de la población). La minoría morisca suponía un problema por las dificultades de asimilación con los cristianos viejos, sobre todo a raíz del aumento de la piratería berberisca en las costas. La población cristiana pensaba que existía una vinculación directa entre los moriscos y los piratas, creando malestar y rechazo ante este grupo. A partir de 1560, la Inquisición comenzó a juzgar a moriscos por mahometismo, sobre todo en la zona de Valencia, Granada y Aragón (importantes núcleos moriscos). En 1567, Felipe II decretó la prohibición de la lengua árabe, la obligación de vestir al estilo castellano, a abandonar sus costumbres tradicionales… ¿Consecuencia? Se envió una delegación de moriscos granadinos a la corte madrileña, pero sin éxito, lo que produjo el levantamiento de las Alpujarras en la nochebuena de 1568. Juan de Austria, hermanastro de Felipe II, se encargó de sofocar la revuelta, que acabó convertida en una guerra de 2 años. Las consecuencias fueron la dispersión del grupo morisco de Granada en otros lugares de la península y la continuación de la campaña inquisitorial y evangelizadora. Por estas fechas se planteó la expulsión de los moriscos de la península, pero los problemas internacionales de Felipe II retrasaron la decisión, que ya asumiría su hijo en 1609.

El segundo conflicto fueron las alteraciones de Aragón. La ausencia del monarca, la defensa de la legalidad de los súbditos aragoneses, el peso de la nobleza señorial aragonesa sobre sus vasallos (muchos se pasaron a tierras de realengo, al servicio del rey, provocando el descontento entre la nobleza) y la instalación de un virrey extranjero fueron algunas de las causas de estas revueltas. En 1588, Felipe II designó al marqués de Almenara, castellano, como virrey de Aragón con la aprobación del Tribunal de Justicia (institución local encargada del cumplimiento legal aragonés y controlado por la nobleza). Las clases dirigentes, sin embargo, vieron esto como un ataque a los fueros aragoneses, generando un clima hostil. En ese contexto, apareció Antonio Pérez, de origen aragonés, que convenció al rey en 1578 para eliminar al secretario de don Juan de Austria, Escobedo. El rey, ante la presión del bando nobiliario del duque de Alba, contrario a Pérez, lo mandó encarcelar. Once años después, Pérez escapó de la cárcel y se marchó a Aragón, pero Felipe II exigió su entrega para ser juzgado por la Inquisición. En ese contexto, el virrey fue asesinado y Antonio Pérez liberado, produciéndose dos motines en la ciudad de Zaragoza. Los nobles organizaron su propio ejército, pero fueron derrotados por el ejército real. Antonio Pérez, por su parte, huyó a Francia aprovechando la inestabilidad del reino aragonés. Felipe II no podía dejar sin castigo las revueltas, por lo que convocó cortes en Tarazona en 1592. Actuando con benevolencia, decidió mantener el sistema foral aragonés, pero realizó reformas que le permitieron reforzar su autoridad real: el rey tenía la capacidad para nombrar virrey extranjero, el cargo de justicia (cargo elegido por la nobleza) podía ser destituido por el rey y se revocó el requisito de unanimidad de los estamentos para aprobar una ley en cortes, bastando únicamente una mayoría simple.

Por otro lado, Felipe II se casó en cuatro ocasiones: la primera antes de ser rey, con la infanta María Manuela de Portugal en 1543, en 1554 con la reina de Inglaterra, María Tudor, con Isabel de Valois en 1559 y con Ana de Austria en 1570. De este último matrimonio, nacería su sucesor: Felipe III. Además de todo ello, no debemos olvidar que Felipe II tuvo que hacer frente a diferentes conflictos internacionales, pero esa es otra historia.


BIBLIOGRAFÍA: José Martínez Millán y Manuel Rivero, Historia Moderna. Siglos XV al XIX, Alianza Editorial, 2021.

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